Jorge Mario Bergoglio, conocido en el mundo como el Papa Francisco, se consagró como una de las figuras más influyentes del siglo XXI. Su vida, marcada por la sencillez, el compromiso social y una profunda vocación educativa, tiene raíces en los barrios porteños y en una formación técnica que lo distingue entre los líderes religiosos más conocidos.
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en una familia de inmigrantes piamonteses, Bergoglio creció en un entorno modesto, rodeado de valores de trabajo, fe y comunidad. Hijo de Mario Bergoglio, empleado ferroviario, y Regina Sivori, ama de casa, fue el mayor de cinco hermanos. Desde pequeño mostró un carácter reservado, afición por el fútbol —hincha de San Lorenzo— y un amor especial por el tango y la literatura. En su rol como sumo pontífice siempre recordó sus raíces familiares y destaca la importancia del migrante, una figura que enriquece a través del dialogo con otras culturas. En 2018 con plena crisis de inmigración, Francisco pidió “a todo el pueblo”, sin distinción de fronteras, que “cuiden al migrante porque es promesa de vida para adelante” y así también, “al migrante le digo cuiden al pueblo que lo recibe, respeten sus leyes y así vayan hermanados hacia adelante, en ese intercambio de cultura, de amor que hace crecer a los pueblos y los enriquece. Yo rezo por ustedes, los acompaño”.
Su niñez y adolescencia transcurrieron en una modesta vivienda en la calle Membrillar al 500, donde compartió el hogar con sus padres y sus hermanos. Flores fue el escenario donde se entrelazaron sus primeros juegos, amistades y el despertar de su llamado espiritual. Muy cerca de su casa, la Basílica de San José de Flores se erigió como un lugar clave en su vida: allí, a los 17 años, vivió una experiencia espiritual que lo condujo a abrazar el sacerdocio. Una placa en esa iglesia perpetúa la memoria de aquel instante, mientras los vecinos del barrio continúan honrando su legado con homenajes y recuerdos que mantienen viva su presencia. Flores fue el tejido vital donde el primer papa latinoamericano formó su identidad y vocación.
Fue un apasionado hincha de San Lorenzo de Almagro desde su infancia, un amor heredado de su padre, Mario Bergoglio, quien lo llevaba al viejo Gasómetro para ver los partidos del club. Su vínculo con San Lorenzo comenzó en 1946, cuando con apenas nueve años presenció desde las tribunas la consagración del equipo campeón, integrado por figuras como Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Martino, a quienes recordaba con detalle incluso en su adultez. Como socio número 88.235 desde 2008, su amor por el club traspasó cualquier dificultad ante la distancia cuando ya era conocido como el sumo pontífice, algunos hinchas dicen que Francisco rezó bastante para que el equipo se consagrara en el Torneo Apertura 2013 y en la Copa Libertadores 2014.
Uno de los aspectos menos difundidos en la vida de Bergoglio, es su formación secundaria técnica. Asistió a la escuela industrial E.N.E.T Nº 27 Hipólito Yrigoyen, ubicada en el barrio de Monte Castro, donde se graduó como técnico químico. Esta etapa fue clave en su desarrollo personal y profesional: no solo le brindó herramientas científicas y técnicas, sino que también lo acercó al mundo del trabajo. Durante esos años, trabajó en un laboratorio químico y compartió inquietudes y sueños con compañeros.
Bergoglio siempre valoró la formación técnica y el esfuerzo cotidiano, aspectos que luego trasladó a su magisterio como sacerdote, obispo y como papa. Su paso por la escuela técnica lo vinculó con la cultura del esfuerzo y la solidaridad, y lo sensibilizó ante los desafíos de los sectores populares de Buenos Aires. “Toda mi educación se la debo a Argentina, a la escuela pública argentina, a la sociedad argentina. Estoy muy agradecido a Buenos Aires, a la Argentina, es mi patria”, destacaba el pontífice en una entrevista con diario Perfil.
A los 21 años Bergoglio sintió el llamado al sacerdocio, ingresó al seminario jesuita de Villa Devoto y fue ordenado sacerdote en 1969. Desde entonces, combinó la docencia —fue profesor de literatura y psicología— con el trabajo pastoral en barrios humildes.
Su perfil austero, su cercanía con los más necesitados y su defensa de la justicia social lo convirtieron en una referencia para sacerdotes y laicos.
En 2024, durante una entrevista con Canal Orbe 21, Francisco explicó que “lo que hace daño a la experiencia religiosa son los dogmatismos, que son ideologías, no es un hecho religioso”, porque desde esa lógica “nos metemos en un laberinto y no sabemos cómo salir, y del laberinto se sale de una manera: por arriba”. Además, resaltó que “el cristianismo no es una ideología, es una vivencia que uno va creciendo en esa vivencia por el camino que Dios le va dando a cada uno”.
En 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y, en 1998, arzobispo de la ciudad. Durante su gestión, recorrió villas y hospitales, utilizó el transporte público y rechazó los privilegios eclesiásticos. Su lema pastoral fue la misericordia y la inclusión, con una promoción de una Iglesia abierta y comprometida con los pobres: “Por favor no conviertan a la Iglesia en una aduana, ‘acá se entran los justos, los que están bien y afuera todos los demás’. No, la Iglesia no es eso, justos y pecadores, buenos y malos: todos, todos, todos y después que el Señor nos ayude a arreglar ese asunto, pero todos. A nosotros como Iglesia se nos ha confiado la tarea de sumergirnos en las aguas de este mar, echando la red del evangelio, sin señalar con el dedo, sin acusar, sino llevando a las personas de nuestro tiempo una propuesta de vida, la de Jesús, llevar la acogida al evangelio, invitarlos a la fiesta. No tengan miedo, echen las redes, no vivan acusando ‘esto es pecado, hasta aquí no es pecado’, vengan todos después hablamos, pero que sientan primero la invitación de Jesús y después viene el arrepentimiento, viene esa cercanía de Jesús”, predicaba Francisco ante una misa ante autoridades eclesiásticas.
El arzobispo fue un puente entre la jerarquía eclesiástica y los “curas villeros”, sacerdotes que trabajan en las villas desde 1969, que permitió una gran presencia de la Iglesia en los barrios marginales y una pastoral que acompaña y genera solidaridad con los más necesitados. Con el lema “La Iglesia en la calle”, su cercanía se manifestaba en visitas constantes, una destacada compañía y solidaridad como agua que apaga la sed de los más necesitados. Cada 8 de diciembre, presidía la multitud que se congregaba en la parroquia Virgen de Caacupé para celebrar la fiesta de la Virgen, una ceremonia que era un abrazo colectivo, un latido común que unía a la comunidad bajo el manto de la fe y la esperanza.
El 13 de marzo de 2013, Jorge Bergoglio fue elegido Papa, el primer latinoamericano y jesuita en la historia de la Iglesia. Su pontificado se caracterizó por una gran reforma interna, como la expulsión de importantes autoridades eclesiásticas por casos de corrupción y la incorporación de mujeres en cargos de alta jerarquía. En un mundo globalizado, donde hay muchos que construyen muros en vez de puentes, Francisco impulsó la denuncia de las injusticias sociales y económicas, y la promoción del diálogo y la solidaridad. En mayo de 2024, en una entrevista con CBS News, el sumo pontífice sostuvo que “la gente se lava las manos, hay tanto Poncio Pilato suelto, ve lo que está sucediendo las guerras, las injusticias, los crímenes, ‘está bien y se lavan las manos’. Es la indiferencia, cuando el corazón se vuelve duro, es indiferente. Por favor, debemos volver a poner sensibilidad en nuestros corazones, no podemos estar indiferentes ante los dramas de la humanidad. La globalización de la indiferencia es una enfermedad muy fea”.
Tras su muerte, el lunes 21 de abril de 2025 en la residencia de la Casa de Santa Marta a los 88 años de edad, el mundo no solo lloró al líder de la Iglesia Católica, sino también a un referente por los derechos humanos, la esperanza y la vida en comunidad. Creyentes de distintas religiones, ateos y agnósticos viralizaron su tristeza a través de las redes sociales con la partida del sumo pontífice; en especial la generación de jóvenes que Francisco supo interpelar como ningún otro líder religioso contemporáneo. Se puede decir que la trascendencia de ser líderes populares como el Papa Francisco radica en la capacidad de inspirar transformaciones reales y duraderas, basadas en la coherencia entre palabra y acción, en la inclusión, en la justicia social y en la promoción de un diálogo respetuoso que trasciende diferencias religiosas y culturales. Su legado es un desafío para continuar construyendo un mundo más justo, compasivo y solidario, donde la diversidad sea una fortaleza y el liderazgo un servicio al bien común. Sigamos haciendo lio.
Por Nerina B. Pérez Fiumara